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Autor: KIKO

 
 
 
 

INCESTO INEVITABLE

  INCESTO INEVITABLE Galicia, años 50. Ramiro y Enriqueta eran dos hermanos de etnia gitana que tenían a la madre y al padre en la cárcel. Enriqueta tenía 16 años, era muy morena, tenía el cabello de color negro azabache, rizado y muy largo, tetas tirando a grandes y un culito redondito. Ramiro tenía 15 años y era muy moreno como su hermana y más alto que ella. Paso a contar la historia en primera persona. Mi hermana y yo íbamos juntos a todas las partes, a apastar la vaca, al río, que no era donde iba la gente a lavar, si no en el que ella y yo nos bañábamos, a comprar... Hasta dormíamos juntos. No teníamos amigos, solo nos teníamos el uno al otro. Tanto a nuestros padres cómo a nosotros nos miraran siempre mal. Los gitanos vivían en chabolas y veía mal que hiciéramos una casa, aunque fuera en medio del monte y que tuviéramos una vaca, un carro y un gallinero. Diversiones no teníamos más que las cosquillas que nos hacíamos desde muy jovencitos, y hasta esa diversión se acabara desde que en un noche calurosa de agosto ocurrió esto: Estábamos boca arriba sobre la cama, destapados. Yo solo llevaba puesto un calzoncillo blanco de aquellos que se quitaban la polla por un lado y mi hermana un camisón que le daba por debajo de las rodillas. Se dio la vuelta dándome la espalda, y me dijo: -Hasta mañana, Ramiro. No tenía sueño. Le hice cosquillas en las costillas. Entre risas se dio la vuelta. Pataleando se le levantó el camisón Y le vi sus grandes bragas blancas. A mi hermana se le marcaron en el camisón los pezones de sus grandes tetas y tuve una erección. Ella, la vio y me dijo: -¡¿Estás empalmado?! -Sí, no sé que me pasó... Mi hermana le dio a la pera que había a la cabecera de la cama y se encendió una bombilla que daba menos luz que una vela, ya que la corriente en los años 60 en mi aldea era de 125w. Vio mi erección debajo del calzoncillo, y me dijo: -¡Vete a dormir a la otra habitación! Aquello era un castigo demasiado grande por algo que ella provocara y yo no pude evitar. -¡No, por favor! -¡Tira! Y de hoy en adelante se acabaron las cosquillas. Tres años después... Ese día fui con mi hermana a lavar al río. Hablamos de cosas intrascendentes entre el olor a chopos, los trinos de los pájaros y el murmullo del río al bajar la corriente. Al acabar de lavar la ropa, (yo le ayudaba) me dijo mi hermana: -Voy a bañarme, vigila por si viene alguien. Estábamos en un sitio escondido. Me di la vuelta mientras mi hermana se desnudaba. Se metió en el río y vi cómo se enjabonaba la espalda con jabón Lagarto, un jabón barato que casi todo el mundo usaba para lavar la ropa. Me metí en el rio, vestido, y fui a su lado. Mi hermana se puso nerviosa. -Ni se te ocurra tocarme. Le mentí. -Solo quiero enjabonarte la espalda cómo cuando era un niño. Ella tenía la mosca detrás dela oreja. -Ya no eres un niño, Ramiro. Le cogí el jabón de la mano y le enjaboné la espalda y las nalgas. Tapando las tetas con las manos, me dijo: -Me siento incómoda. -Yo no. -Cómo nos vean nos echan a pedradas de la aldea. -No nos va a ver nadie. Le enjaboné el ojete y de su boca salió un pequeño gemido. -Uuuuuuy. Luego, me dijo: -Me estás poniendo mala. -Me alegro. Del culo pasé a enjabonarle las tetas metiendo mis manos debajo de las suyas. Sin oponer resistencia, me dijo: -Esto no está bien, Ramiro. Mi hermana se estaba dejando. Al estar sobre una elevación de arena que tenía en el fondo el río la tenía a tiro. Saqué la polla y la metí entre sus piernas mientras se le magreaba las tetas al enjabonarlas. Llevé mi mano a su coño, un coño que tenía una gran mata de pelo negro. Lo enjaboné y noté que ya estaba mojado, y no del agua del río, que también. Mis dedos se deslizaron por él. Mi hermana me cogió la mano, la apretó contra el coño y comenzó a temblar (era cómo si tuviera frio) y en medio de la frescura del agua sentí como algo espeso y caliente se derramaba sobre la palma de mi mano. Me corrí entre sus piernas. Cuando me quitó la mano del coño, sorprendido, le pregunté: -¿Te corriste, Enriqueta? -Sí, me corrí, o eso creo. -¿Ya te habías pasado esto antes? La cara de mi hermana estaba roja cómo un tomate maduro. -No. Acabamos de bañarnos, nos vestimos y volvimos a casa. Nunca antes habláramos tan poco en un trayecto tan largo. Esa noche, por vez primera, no ordeñamos la vaca juntos. Yo la ordeñé y ella hizo la cena. Cenando tortilla de patatas, me dijo: -Lo que hicimos esta tarde no estuvo bien. -Tú no hiciste nada, lo hice todo yo. -Yo me dejé hacer. No volverá a ocurrir. -Sí tú no quieres, no. Miré a mi hermana. Nunca la había mirado cómo mujer y en ese momento lo estaba haciendo. Vi su cabello negro azabache caer sobre sus hombros y bajarle hasta su cintura, sus ojos negros, su boquita de fresa, baje mi vista a sus tetas y las vi sin ropa encima. Enriqueta vio que la estaba observando, y me preguntó: -¿Qué te pasa? Baje la cabeza, y le dije: -Que me enamoré de ti. Se escandalizó. -¡Qué sabrás tú lo que es el amor! Soy tu hermana, Ramiro, tu hermana. -Sé que te quiero y eso me basta. -Y yo a ti, pero confundes las cosas. -No confundo nada. Ya no te quiero cómo antes, te quiero de otra manera. -¿Pero que has visto en mí? -A la mujer más bonita de esta aldea. La cara de palo que estaba poniendo Enriqueta se iluminó con una sonrisa. Al momento se volvió a poner seria, y me dijo: -¡Deja de decir tonterías! Al día siguiente era sábado. Fui al mercado a vender tes capones y los vendí a buen precio. Luego fui a un puesto a comprar una navaja, ya que había perdido la mía. La compré, y me dijo una de las dos mujeres del puesto: -Por diez pesetas te vendo una revista guarra. -¿Y para que quiero yo eso? -Para lo mismo que la queréis todos. Ven atrás que te la enseño. Me picó la curiosidad. En la parte de atrás del puesto, donde tenían mercancías y que estaba tapado con una lona, la mujer me enseñó la revista. En una página vi la foto de una rubia con el coño abierto y las tetas llenas de leche con un tipo con una gran polla a su lado, en otra estaba una mujer comiéndole el coño otra guarra, en otra una mujer estaba mamando la polla a un tipo, en otra un tipo corriéndose en la boca de una morenaza con tetas inmensas... La mujer, una cuarentona, vio el bulto en mi pantalón y quiso probar la polla de un jovencito. Dijo: -Vamos a ordeñar al torito. Me la sacó, se agachó, la metió en la boca y con diez o doce mamadas me corrí. La mujer se tragó la leche, y después, me dijo: -¡Que rápido! ¿Quieres comer mi coño? -No sé cómo se come. -Yo te enseño. ¡Vaya coño que tenía! Grande y con un monte de pinos negros que hacía dos del de mi hermana. En fin, que me enseñó, y me enseñó bien, tan bien que se acabó corriendo en mi boca. Después cogió en una estantería una pequeña caja, sacó un condón, me lo puso en la polla, se dio la vuelta, se agarró a uno de los postes de hierro que sujetaban el toldo, y me dijo: -Fóllame, campeón. Llené el condón de leche tres veces antes de que ella se corriera... En agradecimiento me regaló la revista y los otros once condones que quedaban en la caja. Al llegar a casa y ver a mi hermana me sentí mal por haberle sido infiel, y encima le mentí cuando me preguntó: -¿Que revista compraste? -Es una revista de hazañas bélicas. -Después de leerla déjamela para leerla yo. Me puse colorado y mi hermana, que me conocía cómo si me hubiese parido, supo que la revista no era de hazañas bélicas. Comimos y después nos fuimos a la huerta, al regresar volví a ordeñar la vaca. Había agachado la revista debajo del colchón de la cama. Si mi hermana la buscaba seguro que allí no miraba. Aunque no las tenía todas conmigo. Lo primero que hice antes de cenar fue ir a mirar si la revista estaba donde la dejara. Estaba, pero con la portada hacia abajo y yo la había dejado con ella hacia arriba. Al regresar, mi hermana pusiera el pollo frito sobre la mesa, una jarra de vino tinto con gaseosa, dos vasos y otras cosas. Antes de que me sentara a la mesa, me preguntó: -¿Qué hiciste en la ciudad? -Vender los capones. -¿Dónde compraste la revista de hazañas bélicas? Esa que está debajo del colchón. Me puse colorado. Me había pillado. Me senté a la mesa, y le dije: -Me la regaló una mujer. Se puso muy seria. -¡¿Fuiste a putas con nuestro dinero?! -No, pero lo que me pasó es algo muy difícil de creer, y además es muy largo de contar. -Lo que me sobra es tiempo. Cuenta. Le conté todo lo que pasara, y me preguntó: -¿De verdad que se corrió comiéndole el chocho? -Corrió. -¿Y no te dio asco? -No. -¡Vaya hermano que tengo! Ni los cerdos hacen esas cosas. Al acabar de cenar le ayudé a fregar los platos y después me fui a mi habitación. Era otra noche de calor insoportable. Abrí la ventana y entró algo de fresco y claridad de la luz de la luna llena. Al rato llegó mi hermana, se echó mi lado, y me dijo: -En mi habitación no hay quien pare. -Aquí entra algo de fresco. -No me lo quito de la cabeza. -¿Lo qué? Haciéndome cosquillas, (lo que me alegró un montón) me dijo: -Que comieras un chocho, cochino. Al acabar le devolví las cosquillas, le toque el coño por encima de las bragas, y le pregunté: -¿Quieres que te lo coma a ti? Me dio un empujón, y riéndose, dijo: -¡Noooooo! La miré a los ojos y le dije: -Te quiero. Ahora se puso seria. -¡Y vuelve el burro al trigo! Si duermo aquí contigo te vas a comportar. Entré a matar. -Sí, pero... ¿Te importa que duerma desnudo? Hace mucho calor y el calzoncillo me molesta en la polla. -¿Ya estás empalmado? -Ya. -Hace calor, hace, duerme denudo si quieres, pero no me toques. -¿No levantas el camisón hasta las rodillas? -No, duerme. Unos minutos más tarde, Enriqueta, se levantó, quitó el camisón, se volvió a meter en cama, y me dijo: -Estaba sudando. Le miré para sus maravillosas tetas, y le dije: -Son preciosas y... -Y se ven pero no se tocan. A dormir. Era obvio que querá algo... Le toqué una teta, Y cómo no me dijo nada le toqué la otra. Me miró, y me dijo: -Quiero. -¿Qué quieres? -Quiero que me comas el chocho. Le quité las bragas y le lamí el coño encharcado de babas, una dos, tres, cuatro, cinco, seis veces. Levantó la pelvis. Le puse las manos debajo del culo y lamí desde el ojete al clítoris, una, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho veces... Apretó mi cabeza con sus muslos, y se encogió. En posición fetal me llenó la boca de babitas, mientras temblaba de gusto... Yo me corrí sin tocarme con la excitación que me produjo sentir sus babas calentitas en mi boca. Al acabar de correrse tapó la cara con las manos, y me dijo: -¡Qué vergüenza! Le dije: -Te quiero, Enriqueta. -Y yo a ti, pero esto se tiene que acabar. Cogió las bragas y el camisón y desnuda se fue para la otra habitación. La vi alejarse y su culo me pareció precioso. Aquella noche me sentí más solo de lo que me había sentido en toda mi vida. Desde esa noche y durante más de un mes ya comíamos por separado y no íbamos a ninguna parte juntos. Mi hermana me evitaba y lo pasé muy mal. El 12 de septiembre era su 19 cumpleaños. Ella era la que guardaba el poco dinero que teníamos, o sea, que no le podía comprar nada, así que fui al monte a un lugar donde sabía que nacieran unas flores ventureras, raras, pero bonitas, las até con una enredadera, fui a casa y le dejé el ramo encima de la mesa de la cocina con una nota que ponía: Feliz cumpleaños, hermanita. Perdóname, pero no puedo dejar de quererte y de desearte. Al mediodía, cuando fui a comer, encima de la mesa estaban las flores dentro de un florero de cristal, dos platos, una jarra de vino tinto con gaseosa, dos vasos, y otras cosas. Al verme entrar por la puerta, sonriente, me dijo: -Te acordaste. -Claro, no se olvida el cumpleaños de una hermana. Comimos, y en un momento de la charla, me dijo: -Quiero que sepas que estuve distante contigo porque cogí miedo. -¿De que? -¿De enamorarme de ti? -¿Y ya no lo tienes? -No. Sus palabras me dejaron en un mar de dudas. -¿Volverás a dormir conmigo? -¿Te vas a portar bien? -Cómo un santo. -Mientes. -Un poquito. Y llegó la noche. Una noche fría de septiembre. Yo ya estaba en cama cuando se metió en ella mi hermana, me agarró por la cintura, y dijo: -En mi cama hace mucho frío. Yo, sintiendo sus tetas en mi espalda, le dije: -El tiempo enfrió más de lo normal en esta época. Un poco más tarde se dio la vuelta, y ahora quien hizo la cuchara con ella fui yo. Mi polla empalmada quería clavarse en su culo. -¡Vaya empalme que tienes! -¿Puedo frotarla con tu culo? -Si, pero no me levantes el camisón, y córrete pronto que quiero dormir. Poco después, mi hermana ya estaba caliente, lo supe porque se levantó el camisón, y me dijo: -A ver si así te ayuda y te corres de una vez. Le metí la polla entre las piernas y noté la humedad de sus bragas. Más tarde... -Tócame las tetas a ver si así te corres. Le magreé las tetas y mi hermana comenzó a gemir. Se dio la vuelta, me cogió la polla, y antes de meterla en la boca, me dijo: -A ver si así... Así, si que fue. No tardé en correrme en su boca. Al recibir el primer chorro puso cara de asco y escupió la leche. Después, con el segundo, lo probó, volvió a meter la polla en la boca y se tragó el resto del semen. Después de correrme le quise quitar el camisón. Me dijo: -No, Ramiro, no que no se sabe de que manera puede acabar la cosa. -Le imploré. -Deja que te coma las tetas, anda. -¿Solo las tetas? -Y si después quieres que te coma el chocho, te lo como. Encendió la luz, y me preguntó: -¿Te gusta mi chocho? -Está muy rico. -¡Qué cochino eres!- se quitó ella el camisón- ¿Te gustan mis tetas? -De verlas ya me late la polla. -Haz conmigo lo que quieras. Me di un festín con sus tetas. Se las lamí, se las magreé, se las mamé, le hice de ellas un cristo. Cuando le fui a quitar las bragas ya las tenía empapadas. La humedad cubría la mitad de ellas, y eso que eran unas bragas de las grandes. Al meter mi lengua en su coño, sin nada más, sentí a mi hermana derretirse en mi boca cómo un helado se derrite bajo el sol. Al acabar de correrse le di el primer beso en la boca, sin lengua, pues no sabía que se daba con ella, pero me gustó más que los que con el tiempo daría con lengua. Me devolvió el beso, y me preguntó: -¿Quieres saber por qué ya no tengo miedo a enamorarme de ti? -Sí. -Me volvió a besar. -Por que ya estoy enamorada de ti. Me tiré al río de cabeza -Quiero hacerlo. -¿Lo que? -Entrar dentro de ti. -No podemos, cariño, podría quedar embarazada. -Tú no me quieres cómo te quiero yo a ti. Se encabritó. -¡Te quiero más que tú a mí! -Demuéstralo. Me cogió la polla, la frotó con su coño empapado, me besó y me dijo: -Métela poquito a poco. No me hagas daño. Subí encima de mi hermana y le clavé la punta. No rompí nada, mi hermana ya debiera perder el himen haciendo algún esfuerzo, pero entraba de un apretado que sentí que me iba a correr dentro de ella. La quité a toda hostia. Me miró, extrañada, y me preguntó: -¿Por que la sacas? No me hacías daño. Me gustaba. Abrí la mesita de noche y saque un condón de la cajita. Mi hermana, me preguntó: -¿Esas cosas son condones? -Sí. La volví a montar y se la volví a meter. Ya me pasara el calor y la follé cómo me había enseñado la cuarentona. Me corrí yo y no había señal de la suya. Debía ser que no le gustaba que la penetrara. Saqué la polla del coño y después el condón. Iba a coger otro, y me dijo: -Con eso, no, si quedo embarazada, quedé, fóllame al natural. Se la metí, y exclamó: -¡Oooooh, si! ¡¡Así sí!! Así, así era. Mi hermana cruzó sus piernas sobre mí, me agarró el culo y me empujó hacia ella. En nada se corrió tres veces. Era multiorgásmica, cosa de la que yo, por aquel entonces, no tenía ni pajolera idea, y me extrañó un montón, pero menos de lo que me gustó ver su cara en cada una de las tres corridas. Ni que decir tiene que cuando me vino me corrí fuera. Así estuvimos hasta que mi padre y mi madre cumplieron la condena por el contrabando y salieron de la cárcel y mi padre obligó a mi hermana a casarse con un viejo gitano que tenía mucho parné. Acabamos escapando juntos y nunca nos encontraron. Quique.  
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