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Autor: machirulo

 
 
 
 

Biografía indecente de un maricón. Segundo episodio: Jugando a los médicos.

  Biografía indecente de un maricón Segundo episodio: Jugando a los médicos. (Este relato es continuación de “Los albañiles”) ¿ De qué va esta historia?: JJ un homosexual ( el prefiere que le digan maricón) de 42 años, se pone a recordar su infancia; su primer contacto con el sexo fue a la tierna edad de ocho años; a esa edad descubre como dos albañiles se pegan un polvo como es de ley.. Decir que mi vida cambio desde que descubrí el juego de los albañiles, era quedarse corto... Aunque yo en mi inocencia, no había visto maldad alguna; sabía, que lo que habia presenciado no era algo para hablar en público. Y es que en casa, el recato con el se actuaba, con todo lo que tenía que ver con la desnudez; me hacia pensar que aquello, como mínimo, era pecado. Así, que por primera vez en mi vida; mi pecho encerraba un secreto que no podía contar. A nadie..... Mi vida prosiguió con la misma rutina de todos los días: colegio, deberes y si sobraba tiempo salir a jugar a la plaza. Para esto último, mi madre tenía siempre una frase: “¿Ahora vas a salir Pepito? Con lo tarde que es.”. Esa política restrictiva por parte de mi madre con mis relaciones sociales, hicieron de mi, un niño más introvertido y solitario si cabe. Pero los sábados eran distintos ; mi madre me llevaba con ella a las compras semanales. No sé si para que le ayudara con la carga, o era otra de sus artimañas, en ese afán suyo de tenerme vigilado . Cosa que he de decir, no le servía de mucho, pues era tanto lo que tensaba la cuerda que esta se rompía; en otras palabras, me agobiaba tanto, que cuando tenía un momento libre; las trastadas eran mayores y más frecuentes. Aunque siempre había mirado con cierta curiosidad a los hombres mayores, desde el incidente con los albañiles ésta había aumentado. Ahora cuando clavaba mi mirada en el paquete que lucía el ayudante del carnicero; podía imaginarme claramente como era aquello que escondía bajo su portañuela. Fantasear con su tamaño, era otro de mis hobbys, en esos días de compra. Por eso cuando veía al barrigón de Don Pepe, el pescadero, cuyos apretados pantalones le hacían un buen bulto en salve sea la parte; mi inexperimentada mente divagaba en como debía ser el tamaño de su cosa, para que aquello se viera tan enorme. Sólo con soñar en llegar a vérsela algún día, mi cosita se ponía grande. Pero si los tenderos y dependientes de la plaza hacían las delicias de mis ojos infantiles, lo que más me divertía era observar las prominencias que se marcaban en los señores de uniformes- ya fueran los guardias de seguridad de la plaza o los municipales y policías que transitaban por las calles del pueblo. Sus pantalones ajustados se marcaban tanto por delante, como por detrás, circunstancia que hacia volar mi pensamiento. Y el aeropuerto de llegada, era siempre la imagen de verlos sin ropa alguna. Cuando volvíamos de las compras, en la obra de al lado todavía estaban trabajando los albañiles; así que yo me sentaba en el poyete de mi casa y me ponía a observarlos. He de reconocer que todos llamaban mi atención, ya fuera por sus enormes brazos, sus anchas espaldas y si no, por la mata de pelo se le escapaba por la parte superior de la camisa... Pero también he de admitir que mi favorito era el gigante; por eso cuando salía a la puerta a volcar escombros en el contenedor ; mis ojos se clavaban en él como si quisiera hacerle una radiografía. Lo miraba de la cabeza a los píes, como intentando inmortalizar su cuerpo en mi mirada; pero al final mis ojos siempre acababan en una parte, el bulto de su cosa... Y es que, aunque en la vida me hubiera atrevido a tocarla , el recuerdo de su enorme picha sería un recuerdo que me perseguiría durante mucho tiempo. ¡Cuantas veces desee volver a colarme en la obra! Pero nunca volvió a suceder, tanto mi madre, como mi hermana mayor me tenían fuertemente vigilado, “no vaya a ser que el niño tonteando se partiera la crisma...”. Por mucho que busque, investigué e indagué; jamas volví a nadie practicar el juego de mayores que había visto con los dos albañiles. Y cuando supe que la obra estaba terminada y que pronto vendrían los nuevos vecinos; mis esperanzas de ver jugar de nuevo al gigante y al jovencito se esfumaron. No volví a tener constancia de los juegos de mayores hasta Enero de ese año : la época de la matanza. Durante esa periodo del año, unos familiares nuestros de otro pueblo se venían a ayudar a mis padres a destripar a los gorrinos. Para los que no lo sepan, hace falta seis personas para matar a un cerdo y sacarle la sangre. Así que toda ayuda era poca. En esos días había que adaptar la casa para seis personas más: cuatro adultos y dos niños. Dos de los adulto, el padre y la madre, se acomodaban el el cuarto de la abuela que en paz descanse; los dos hermanos mayores, Ernesto y Fernando, gemelos para más inri, lo hacían en el cuarto del tío Manuelón, que en paz descanse . ¿Sabeís? Hasta que tuve diez u doce años, siempre pensé que lo de el “que en paz descanse” era una especie de apellido o mote de mi abuela y ese tío mio, a los que nunca tuve la suerte de llegar a conocer. Y esto era debido, a que en casa, tanto mis hermanos como mis padres cuando se referían a ellos, añadían a sus nombre la dichosa coletilla. Como en casa, ya no quedaba más habitaciones de gente “que en paz descanse”. La prima Matildita y mi primo Francisquito se quedaban a dormir con mi hermana y conmigo, respectivamente. Matildita, que por aquella época tenía doce años. Era una niña gordita; su cara estaba adornada por dos cachetes tipo Heidi y de su rechoncho cuerpo salían dos brazos y piernas cuya redondeces asemejaban a la de las morcillas. Aunque ella se tenía por bonita, no lo era y su carácter agrio y desagradable le restaba bastante de la poca belleza que poseía. Mi primita se creía la protagonista de un cuento, una princesa de la que todo el mundo debía estar pendiente... Yo con el único personaje de Walt Disney que le vi parecido era con la reina de corazones de Alicia en el país de las maravillas. Por aquello de . ¡ Qué le corten la cabeza! Y es que Matildita, ¡era mucha Matildita ! Su hermano,era completamente distinto a ella. En lo único que se parecía a Matildita, era en sus fofas carnes; se ve que su madre, les ponía el plato de comida bien lleno. Por lo demás, a diferencia de su hermana que tenía en la cara ese gesto permanente de estar oliendo a caquita; Francisquito era una delicia de niño: educado, simpático, cordial... Mi madre, al compararlo con su hermana, decía, con muchos aspavientos: “¡Parece mentira que los dos hayan salido del mismo sitio....! “El caso, es que cuando venía a casa en época de matanza, yo me lo pasaba estupendamente con él. Entre otras cosas, porque como le caía tan bien a mi madre; nos dejaba un poco a nuestro aire. Y no estaba tan pendiente de mi. Cuando mis padres y mis tíos, se iban al caserón del campo, a efectuar las labores de la dichosa matanza. Mis primitos y yo nos quedábamos al cuidado de mi hermano Juan; este la verdad es que se pasaba todo el día metido en el cuarto de baño y de vigilarnos, vigilarnos lo que se dice, poco. Creo que lo que le pasaba es que se llevaba una revista al baño, se ponía a leer y se le iba el santo al cielo... Pero tanto leer, tenía que ser malo, pues mi padre cuando lo veía siempre le decía lo mismo: “¡ Juanito, si sigues así te vas a quedar ciego!” Así que cuando mi hermano se culturizaba en el baño; mi primo Francisquito y yo, dejabamos a su hermana jugando a ser la princesa del cuento y nos dedicábamos a hacer lo que más nos gustaba: enredar. Nos íbamos al trastero, donde aparte de mucho polvo, estaban todos los objetos inservibles de más de una década. Enredando, enredando ( y es que no hay cosa peor que un niño aburrido) Francisquito descubrió la claraboya que daba al cuarto del tio Manuelón. Los ojos se le pusieron como al Marco ( personaje de un anime muy popular en aquella época en España, si el de puerto italiano, ¡ese, ese …!) y con un tono casi de persona mayor me dijo: -Pepito, si te digo un secreto ¿ Serías capaz de guardarlo? Asentí con la cabeza, dando a mi gesto, una seriedad y solemnidad digna de las palabras de mi primo. Y es que Francisquito, pese a ser mayor que yo sólo dos años. Como sus hermanos y padres, le hacían caso; estaba más puesto en las cosas de la vida que yo. ¡ Cuánto aprendía con él cada vez que venía a casa! Bueno, el caso que a mi sabio primo, no le basto con mi afirmación vehemente, para confiarme el secreto. Sino que me hizo jurar, no sé que historias de que se me caerían las manos, la lengua y unas cuantas cosas horrorosas más; en caso de que me atreviera a hablar. Cuando estuvo convencido, que no diría esta boca es mía. Me contó su maravilloso secreto. -Mis hermanos Fernando y Ernesto, hacen cosas en la cama cuando se acuestan ¿ Quieres verlo? El misterio con que envolvió sus palabras, daban píe a decir cualquier cosa menos a negarse a ello. Volví a asentir con la cabeza; esta vez Francisquito no me hizo jurar nada; simplemente que tendríamos que volver allí a la tarde cuando volvieran de efectuar la matanza. Esperé que mi familia regresara de la dichosa casa de campo; con la misma impaciencia que quería que se hiciera de día; la noche que venían los Reyes Magos de Oriente.(Tradición popular española, similar a la de Papa Noel, en la mayoría del resto del mundo. A mi siempre me gustó el negro, y es que la cabra siempre tira al monte...) Pero como todo pasa y todo llega, a eso de las seis de la tarde; mientras sus hermanos se duchaban; mi primo y yo nos subimos al desván. -De lo que vas a ver ahora... Ni una palabra a nadie.- Sentenció con el dedo mi primito. -Lo juro y lo perjuro - dije yo, llevándome dos dedos cruzados a la boca, simulando una cruz. Dicho esto nos asomamos a la claraboya, aguardando que llegaran sus hermanos al cuarto del tío Manuelon, que en paz descanse. Tengo que reconocer que los nervios me comían por dentro, pero intentaba parecer que estaba tranquilo. No quería que mi primo pensara que era un niño chico, que se asustaba de cualquier cosa. Fuimos consciente por la luz de la habitación, de que Ernesto y Fernando entraron en ésta. Venían de ducharse y traían puesto un albornoz. Aunque Francisquito los distinguía perfectamente, yo tenía que escucharlos hablar para saber quien era uno y quien otro. Eran tan parecidos, como dos gotas de agua. Fernando era más tímido y Ernesto más gracioso. Siempre me gastaba bromas, para hacerme reír.... Mis primos gemelos me caían muy bien. Al poco de estar en el cuarto de Manuelon “que en paz descanse” ; Fernando le dijo algo a su hermano y este fue y cerro la puerta por dentro. A continuación dio un beso a su hermano; como los de película en la boca. Yo, ante el asombro descubrimiento, me dispuse a decir algo, pero mi primito me tapó la boca y poniéndose el dedo sobre los labios; me mando callar. Lo que sucedió seguidamente me dejo con la mandíbula descolgada : se pusieron a jugar al mismo juego de los albañiles. Ernesto se agachó ante Fernando y se metió su churrita en la boca; la que por cierto estaba tiesa y era bastante hermosa. Mire a Francisquito super super asombrado, mis ojos estaban como platos... y sin embargo mi primo estaba la mar de tranquilito, como el que veía los dibujos animados de la tele. Por lo que tuve que suponer, que no era la primera vez que los veía jugar a aquello. - ¿ Qué hacen?- dije casi susurrando. -Juegan a los médicos. - ¿A los médicos? - Si, primero le ha hecho la respiración boca a boca. Y ahora le está tomando la temperatura. ¡Qué listo era Francisquito! Un año llevaba yo,( desde que pillé a los albañiles)intentando averiguar en que consistía el dichoso juego. Y el con su sabiduría, me lo acababa de aclarar. Es lo que tiene tener dos años más. En la habitación de abajo mi primo Fernando se habia quitado el albornoz y se había quedado completamente en pelotas. ¡Que cuerpo más bonito tenía ! Parecía un superheroe. Tenía unas espaldas anchas, unos brazos musculados y un pecho grande. Y es que trabajar en el campo te pone muy fuerte. Yo de mayor, no estaré fuerte, pues no me gusta trabajar en el campo. He de reconocer, que por muy aventajado que fuera para mis años en los asuntos del sexo. Desconocía los beneficios de éste. Para mi un cuerpo desnudo, lejos de despertarme los instintos primitivos; no significaba otra cosa que eso: un hombre o una mujer en pelotas. Y como esto, en la sociedad pueblerina y conservadora donde me crié, era algo que rozaba lo pecaminoso; pues como todo , a lo que se le pone la palabra prohibido, despertaba en mi la más natural curiosidad. Por eso, mientras en compañía de mi primo, observaba a sus dos hermanos mayores realizar actos libidinosos. En mi mente, no había deseo alguno; para mi aquello era un juego, en el que me apetecía participar. -Francisquito- dije casi susurrando- ¿ nosotros podemos jugar a los médicos? Las facciones de mi primito se contrajeron alarmantemente. Y antes de decir palabra alguna, negó varias veces contundemente con la cabeza. -¡Nooooo, Pepito! -sus palabras estaban llenas de pavor, dejándome claro con ello que había preguntado algo que no debía- Los niños no podemos jugar a “los médicos”; eso es delito y te llevan al reformatorio. Y si juegas con un mayor, a él lo meten en la cárcel... A eso, sólo pueden jugar las personas mayores. -¿ Y mirar es delito? -No, pero debes procurar que no te pillen; porque te pueden echar una bronca. ¡Cuanto sabía Francisquito! Y cuanto aprendía yo cuando estaba con él. Así que como alumno bien aplicado que era, hice caso de sus consejos. Y seguí mirando a sus hermanos gemelos. Eso no era delito y allí nadie nos iba a pillar espiando. En la iluminada habitación, el juego de los médicos proseguía. Ernesto seguía agachado, con el tieso pito de su hermano Fernando en la boca. Es lo que pasa cuando te toman la temperatura, que el termómetro tarda en subir . Y si te lo quita tienes que empezar de nuevo. Y como mi primo, no paraba de sacarselo de la boca, ¡otra vez a empezar!.... Aunque parecía pesado, aquello de tomar la temperatura; a mi me gustaba mirarlo. Mire detenidamente a mi primo Fernando, estaba hecho todo un superheroe. Era rubio con los ojos azules ( como el Capitan America),unas manos fuertes, con la que en vez de pegar puñetazos, empujaba la cabeza de su hermano contra su estomago. El que por cierto, estaba plano y con las chocolatinas marcadas. Cuando sea grande, quiero tener la barriga como él....(Pero si hay que trabajar en el campo, nanai de la china ¿ein?) Aunque lo que más me gustaba de él, eran sus piernas, duras y musculadas como la de un futbolista, y con un vello rubio que las cubría por completo. Por otro lado, su hermano Ernesto, nos mostraba una espalda ancha y bien formada, que acababa en un culo redondo, cubierto de una pelucilla rubia. La forma en que tomaba la temperatura a su hermano, más bien parecía que se estuviera comiendo una piruleta o un helado. Eso un cucurucho con una bola, eso es lo que parecía la picha de mi primo Fernando. Pero a diferencia de las bolas de helado, que cuanto más la chupaba más pequeña se hacía. La cabeza de su churra, cuánto más lenguetazos le pegaba su hermano, más grande e hinchada se ponía. Observe el pito de mi primo, este no era ancho y gordo como el del albañil gigante, sino estrecho y delgado; pero muy largo. A mi se me vino a la cabeza que si las cositas de los hombre eran como longanizas, la del albañil era como una gran caña de lomo y la de Fernando, como un fuet. No sé que paso, o que se dijeron mis dos primos gemelos. Pero Ernesto, de repente, dejo de tomarle la temperatura a su hermano. - ¿Qué ha pasado? -susurre a Francisquito. -Ya ha terminado. Ahora es Fernando quien se la toma a Ernesto- dijo mi primito con esa sapiencia, tan característica en él. Lo que sucedió a continuación, me sorprendió bastante. Mi primo Fernando, en vez de llevarse el pito de su hermano a la boca, lo que hizo es meterle la lengua en el culo. Supuse que era otra forma de tomar la temperatura. De hecho, mi mama a veces me ponía el termómetro debajo del sobaco y otras veces, cuando más pequeño, en el culito. Así que ni le pregunté a Francisquito. ¡No vaya a ser que se creyera que era tonto! La forma en que mi primo Fernando tomaba la temperatura a su hermano, no debía ser tan buena como la de tomarla en el pito; llegué a esa conclusión por la cara de Ernesto, pues ésta se contraía en muecas extrañas y se mordía los labios como si le doliera. Aunque no podía escuchar lo que decía, por el movimiento de sus labios, parecía que decía: ¡Sigue, sigue!. Pero no creo que dijera eso, porque su rostro daba muestras de dolor... ¡ de mucho dolor! Mi primo estuvo un buen tiempo, aguantando el dolor. Cuanto más se esmeraba su hermano con la lengua en tomarle la temperatura, más se quejaba él. Pero esto a Fernando no parecía importarle, pues solo paraba de pasarle la lengua por su agujerito. Para tocar éste con sus dedos, a mi me dió la sensación que más que palpar el hoyito de su gemelo, lo que quería era meterle un dedo dentro. Por cierto, el que frotara sus dedos por su culito, parecía también que le causaba dolor a Ernesto, pues volvía a ser cosas raras con la cara y a morderse los labios. Al rato, Fernando dejo de tomarle la temperatura. Busco algo en su maleta: una lata de crema para las manos, me pareció que era . La abrió y se untó un buen porte en los dedos; para a continuación extenderlo por el culo de su hermano. A este, por la cara que ponía parecía que le gustaba mucho, aunque no dejaba de morderse los labios. Debía ser una manía que tenía, como la mía de morderme las uñas. -Ahora, le está poniendo la pomadita, para que se cure- me aclaro mi primito. Yo no sé, si lo estaba curando de un mal atroz o no, lo que si pude comprobar, es que los dedos de Fernando fueron entrando poco a poco en el agujero del culo de Ernesto. Primero uno, después otro, más tarde dos y así hasta tres. Cuando se canso de jugar con sus dedos, al igual que hicieran los albañiles, Fernando le metió su cosita a su hermano en su agujerito. -Ahora le está poniendo el supositorio- me dijo con tono de persona mayor mi primito. ¡Jolines! Como no había caído antes, menos mal que estaba allí Francisquito para explicarmelo. A mi cuando mi mama me ponía un supositorio, primero me dolía; y después me entraba un gustirrinin la mar de bueno. Era como si me tomará un caramelo de menta por el culo. Por eso los mayores al principio, hacían como que le dolía y al final ponia cara de que le gustaba.¡ Si es que todo encajaba! A mi esta era la parte que más me gustaba del juego de los adultos, en el que uno de los participantes introducía su churra en el culo del otro; era como el gol de los partidos de fútbol. Aunque, aquí no perdía nadie y los dos se lo pasaban estupendamente. No había nada más que ver la cara de satisfacción que ponian mis dos primos gemelos. Aunque eso si, Ernesto seguía con su mania de morderse el labio.¡Qué manioso! Desde estábamos Francisquito y yo, veiamos como el pito de Fernando entraba y salía del culo de su hermano. Con que rapidez, la sacaba y la metía; parecía que le habían dado cuerda. Estuvieron así un buen rato. Pero ni por eso, se nos hizo cansado a mi primo y a mi el mirarlos. Yo creo que no llegué ni a pestañear en todo el tiempo. Me pasó como en la película de Indiana Jones... Hubo un momento, en que Fernando le saco el pito a su hermano, se tendieron en la cama y comenzaron a rascarse el pito; al poco los dos gemelos empezaron a agitarse, como si le dieran convulsiones. Antes de que pudiera decir nada, mi primito me dijo: -Eso es que se están curando. Es como cuando te dan tiritones y te pones a sudar con la fiebre, están echando los microbios fuera. Y efectivamente debía ser así, porque de sus pitos terminó saliendo el mismo líquido blanco que vi echar a la churra de los dos albañiles. Pero he de reconocer que en mucha más cantidad y con más fuerza. Por lo menos a mi me lo pareció. Tras echar los microbios fuera, Ernesto y Fernando se dieron un beso en la boca, como los de las películas. Se echaron en la cama abrazados y apagaron la luz. Como ya no había nada más que ver. Francisquito y yo, nos fuimos por donde habíamos venido. Durante el camino, me hizo prometer por lo menos diez veces más que no diría nada a nadie. Cuando aparecimos por el salón, nuestra madres nos regañaron por estar tanto tiempo jugando en el desván. Pero a pesar de la bronca, lo que habia descubierto mereció la pena. Aquella noche había aprendido con mi primito tres cosas: 1) El juego de los mayores se llamaba”Jugar a los médicos” 2) Los niños no podemos jugar, pues es delito y nos llevan al reformatorio. Y si lo hacemos con un mayor, el va a la cárcel también. 3) El líquido blanco que los mayores echaban por su pito, era los virus de la enfermedad. Hasta que no los expulsan, no están curados y no pueden dejar de jugar a los médicos. ( ... continuara en “ La churra del Genaro”)  
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