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Autor: joan

 
 
 
 

Chubarquia (La Ducha)

  LA DUCHA Pocas semanas después encontré una nueva ocasión para experimentar las sensaciones que mi recién estrenada pubertad me brindaba, una nueva ausencia de mi familia me dio la oportunidad, todos estaban fuera menos Fátima. Mientras miraba por la ventana la bahía, pertrechado con los prismáticos de mi padre, oí cerrarse la puerta del cuarto de baño, guiado por el instinto, cruce el pasillo procurando no hacer crujir los tablones que formaban el suelo. A medida que me acercaba a la puerta sentí un intenso calor detrás de las orejas, respire profundamente y me incline hasta poner mi ojo frente a la cerradura de aquel bendito tablón, la sangre se aceleraba en mis venas, desde mi primera película en technicolor no había estado mas atento a una imagen. Allí en el interior del pequeño cuartito de baldosas blancas y negras estaba Fátima con su bata estampada de flores, al principio solo podía ver como peinaba su larga melena y hacia su trenza frente al espejo, cuando hubo terminado se acerco a la bañera, tomo con sus manos el bajo de su bata y tiro hacia arriba lentamente, en ese momento quede hipnotizado, Fátima estaba de espaldas a la puerta, solo llevaba unas bragas blancas de algodón, no puedo decir que se tratasen de lencería fina, eran mas bien anchas y no se ajustaban perfectamente a su cuerpo, pero a mi me parecieron preciosas, hasta ese instante lo mas parecido a unas bragas sexy que recordaba eran unas enormes de color crema, que ondeaban en el tendedero de la casa de enfrente. La espalda de Fátima era un universo, su columna vertebral se marcaba bajo la fina piel, donde aparecían al azar pequeños lunares como diminutos planetas, imagine que aquellos no terminaban al final de su espalda, estaba convencido que bajo sus bragas continuaba aquella pequeña Vía Láctea, Fátima estiro sus brazos largos y llevándoselos a la nuca para desperezarse tras una noche de sueño se giro. La cara era mejor que la cruz, aquello era hermoso, con los dedos entrelazados tras su nuca, como las figuritas en los escaparates de los anticuarios, resultaba aun mas rotunda, sus pechos eran generosos, pero bien proporcionados con el resto del cuerpo, blancos, redondos … sus pezones oscuros apuntaban la techo, continué analizando su anatomía palmo a palmo, sus costillas se marcaban lo justo bajo la piel, su ombligo era pequeño y cerrado, a partir de ahí, su vientre recordaba al de las bailarinas árabes en la danza de los siete velos. Fátima bajo sus brazos, cogió con suavidad el elástico de la única prenda que llevaba y la deslizo piernas abajo, sobre su vientre, allí donde debía estar su sexo, solo podía distinguir una gran mancha de vello oscuro, abundante, ligeramente rizado, trague saliva y casi me atragante, no tenia la forma triangular y discreta de los coños europeos, se trataba de una pradera que ascendía por su vientre hasta donde se marcaba la huella del elástico opresor de sus bragas, tampoco resultaba extraño en aquel escultural cuerpo, era simplemente diferente. Levanto una pierna y subió a la bañera, abrió el grifo de la ducha y el agua comenzó a resbalar por su cuerpo, a medida que lo recorría mis ojos intentaban adivinar el destino del reguero, primero se deslizo por su cuello y tomo el camino mas cómodo, el centro entre sus dos montañas, continuo hasta el ombligo, donde salpico ligeramente por lo brusco del pequeño relieve, cuando llego a su vientre la Mora se giro de nuevo, ahora solo podía apreciar su espalda, por la que también corría el agua, mire la hendidura de su trasero mas claro que el resto de su piel, de repente un rayo de luz que penetraba por el ventanuco de la habitación paso entre sus piernas, allí se abría un pequeño hueco por el que asomaba una generosa ración de vello oscuro, el agua humedecía aquella espesura formando un abundante mechón que buscaba el fondo de la bañera. La Rifeña comenzó a frotarse con una pequeña pastilla de jabón, que mamá guardaba en una jabonera de conchitas de mar, la espuma resbalaba por su cuerpo, seguía el camino que poco antes había trazado el agua, pero se detenía mas tiempo en su vientre frenada por la vegetación. De repente la mirada de Fátima se detuvo en la cerradura de la puerta tras la que me ocultaba yo, aparte la cabeza como lo hubiera hecho Mohamed Ali en sus mejores tiempos y contuve el aliento. Mi curiosidad era mas fuerte que el miedo a ser descubierto en mi recién inaugurado oficio de “Voyeur”, sigilosamente volví a poner el ojo a pocos milímetros de la apertura prometedora, ella seguía allí, continuaba con el ritual del baño, pero la expresión de su cara era distinta, su mirada despreocupada se había vuelto mas picara, una ligera sonrisa se dibujaba en sus labios, miraba al techo pero tenia la mente puesta tres centímetros mas abajo del pomo de la puerta, en aquel momento no me pare a pensar que ella lo sabia todo, jugaba conmigo… Ahora se dejaba observar, sabia que yo jamás había visto nada igual, y que ella seria mi maestra, ajeno a su estrategia, seguí con mi labor de mirón, a estas alturas ya había conseguido un fuerte dolor en mis testículos, y mi pene aun virgen apunta a mi ombligo por debajo del pantalón corto. Cuando termino de enjabonarse, dejo caer el agua y se enjuago, su piel brillaba, apartaba con la palma de su mano los restos de espuma suavemente, primero los pechos, luego las caderas, y por fin el vientre, al llegar a la oscuridad, dejo caer un poco mas su mano, poco a poco plegó hacia dentro sus dedos índice y corazón, y ambos se hundieron en sus sexo, subía un poco la mano y a través de la espesura asomaba una hendidura rosácea que por momentos se hacia mas grande, como un autómata, busque con mi mano derecha mi sexo, agarre mi pene con fuerza en mi puño y comencé a recorrerlo de arriba abajo, lentamente… La expresión de su cara cambiaba por momentos. Cerraba los ojos y echaba su cabeza hacia atrás, su trenza se despegaba de la espalda y se balanceaba de un lado a otro, luego inclinaba la cara hacia el hombro y con un giro rápido volvía a erguir la cabeza, la trenza corto el aire como un látigo y cayo sobre su pecho, respiraba profundamente, inspiraba lentamente y soltaba el aire con la boca entreabierta, dejando ver sus dientes, de los que colgaba un minúsculo hilo de saliva que iba a parar al labio inferior, volvía a cerrar la boca y repetía la inspiración. Las piernas comenzaron a flaquearme, así que decidí detener mi maniobra para no estallar y perder mi concentración, esta vez seguía los consejos sobre autocontrol que había leído en un mugriento Play Boy. Tras unos minutos cerro el grifo de la ducha, se sentó en el borde de la bañera y abrió sus piernas, dejando la abertura a merced de mi mirada, era grande, profunda, la carne rojiza brillaba como si estuviera impregnada en aceite, alargo su brazo y descolgó la manguera a la que se enroscaba una ducha de plástico azul con forma de hermoso calabacín, volvió a mirar la cerradura con cara seria, esta vez estaba tan paralizado que no pude reaccionar, cerro los ojos, echo la cabeza hacia atrás y con la ayuda de si otra mano busco la entrada de la gruta, apoyo suavemente el extremo mas grueso de la ducha sobre su sexo, sujetando el resto por el mango, poco a poco contemple atónito como aquella cosa engullía el aparato sin titubeos, de vez en cuando lanzaba un pequeño grito entrecortado y contenía la respiración, cuando termino, todo estaba dentro de ella, de su sexo salía un tubo que serpenteaba sobre el fondo de la bañera, entonces soltó el artilugio dejándolo dentro, apoyo sus manos en las rodillas y comenzó a contorsionarse, su vientre iba y venia, se hundía y tomaba volumen con ondulaciones lentas y rítmicas, sus pequeños gritos eran cada vez mas intensos y se sucedían con mas frecuencia. Por mi parte había vuelto al bombeo acompasado de mi aparato, cada vez que ella fruncía el ceño y gritaba, yo imprimía mas fuerza a mis movimientos, apretando con furia el puño alrededor de mi pene, de pronto su cara se crispo, lanzo un grito, esta vez sin intención de controlarse y se mordió el labio inferior, al tiempo tuvo tres o cuatro sacudidas. Pensé: ¡Dios mío, le da corriente!... ¿corriente? ¡Que estupidez, el calentador es de gas! Casi a la vez, yo le había acompañado en sus sacudidas, sentí un líquido viscoso en mi mano y aguante unos segundos con los dientes apretados, un minuto mas tarde, Fátima se relajo y tal y como la ducha había entrado, salio suavemente, entera, dejando ver todavía mas porción de carne rosa al descubierto. Volvió a girar el grifo, el agua cayó de nuevo sobre su cuerpo, y yo volví a mi habitación, para no salir en toda la tarde.  
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