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Autor: joan

 
 
 
 

Chubarquia

  Chubarquía (Fátima) Al empezar los años 70 yo tenía 14 años. Vivía con mis padres y mi hermana en una casa centenaria al pie de la Kasbah de Tánger, en una callejuela conocida como patio Petri. El patio tomaba su nombre de una antigua familia italiana, a la que pertenecieron las primeras casa y jardines que se levantaron sobre el Gran Café de la Paix, en la Avenida de España. Desde el año 56, Tánger había dejado de ser ciudad internacional para integrarse al Reino de Marruecos tras su declaración de independencia. Aquello no impedía que los extranjeros que vivían allí siguieran disfrutando de ciertos privilegios. Uno de ellos era disponer por un módico precio de servicio domestico autóctono. Recuerdo con mucho cariño a Fátima, una rifeña de veinticinco años que vino a sustituir a Minouch de sesenta y cinco. Hasta entonces para mi, la criada era una cara arrugada con la piel ennegrecida por los años de trabajo en el campo. Fátima era alta y atractiva, su cabello oscuro formaba una trenza gruesa que caía a lo largo de su chilaba (prenda de vestir, especie de túnica con capucha) hasta sus caderas, su tez era clara como si nunca hubiese tocado la luz del sol del Atlas, cuando sonreía dejaba ver unos dientes blancos casi perfectos y sus profundos ojos negros parecían aun mas grandes, hablaba castellano con gran soltura, con cierto acento andaluz que no ocultaba su origen árabe. Fátima salía a la calle con la cara tapada por un pañuelo blanco cubriendo su rostro, su chilaba llegaba hasta los pies haciendo mas elegante su figura, andaba despacio, erguida, y no presentaba el aspecto sumiso de otras mujeres magrebies, era orgullosa, ciertamente una mujer extraordinaria. Cuando Fátima llegaba a casa, entraba en un cuarto pequeño que servia de trastero, allí en un perchero que había tras la puerta colgaba su chilaba gris y su pañuelo blanco, se ponía una bata estampada de flores y salía dispuesta a poner orden en toda la casa. Recuerdo sus gritos al entrar en mi habitación:- ¡Siniora, Siniora el niño todavía durmiendo!- Aquella mujer pasaba el día de arriba abajo, entre olor de Harira (sopa tradicional árabe) y efluvios de Zotal. Fátima era una gran mujer y yo lo iba a descubrir ese verano. Una mañana la casualidad hizo que me encontrara solo en casa, entre en el cuarto trastero para buscar mis viejos patines con ruedas de madera, me agache y al levantar los ojos sucedió algo que nunca olvidare, recuerdo esa sensación como si la estuviera viviendo de nuevo, detrás de la puerta colgaba la chilaba y el pañuelo de Fátima, sin saber como ni porque, me acerque y cerré la puerta suavemente, algo inexplicable me atraía hacia aquella prenda a la que hasta entonces no había prestado atención, si saben de lo que estoy hablando, comprenderán que una chilaba se parece mas a una sotana que a cualquier prenda lujuriosa, pero aquel trozo de tela tenia algo que acelero de repente los latidos de mi corazón, lentamente me acerque y descubrí algo fascinante, su olor. No me refiero al olor de un perfume determinado, no estaba impregnado del aroma a especias que venden en las diminutas tiendas del Zoco, no olía a canela, ni a jengibre,… Era una extraña mezcla de lejía, jabón de escamas, hierbabuena y sudor. Curiosa combinación que a simple vista no tiene porque ser desagradable, en pocos segundos me encontré con la tela pegada a mi nariz, buscando el lugar donde mas intenso era el olor, empezaba pensar que aquello que estaba haciendo debía ser pecado o algo parecido, pero me resultaba excitante, cuando termine de respirar el perfume de la chilaba, decidí pasar al pañuelo, era otra cosa, olía intensamente a menta y recordé… Fátima siempre masticaba un chicle de esos que vienen en paquete de cinco unidades, con hojitas de menta dibujadas sobre un fondo de color crema, cerré los ojos y a la segunda o tercera inspiración sentí un ligero dolor en mis testículos, mire la portañuela de mis pantalones y allí había crecido un bulto, era una sensación que ya conocía, había sucedido en otras ocasiones por la mañana al despertar, pero ahora era diferente, era mas intenso, seguí aspirando y deje volar mi imaginación, intentaba poner un cuerpo desnudo a su cara, recordé los anuarios de Penthouse que había descubierto en viejas cajas de cartón almacenadas en un rincón de aquel cuarto. Mi mente hizo explosivas combinaciones en apenas unos segundos, Fátima mulata, Fátima explosiva, Fátima voluptuosa, Fátima reina de los camioneros, distintos cuerpos y una sola mujer. No se cuanto tiempo paso, tal vez fueran unos pocos segundos –en aquella época no tenia ni idea de los que significaba eyaculación precoz, ni me importaba- cuando abrí los ojos, la seda blanca se escurrió entre mis dedos, sentí mis calzoncillos húmedos y una extraordinaria sensación de alivio, que aun perdura en mi memoria. Con los años me he sorprendido a mi mismo destapando los frascos de perfume en El Corte Ingles como quien busca el Arca de la Alianza, si alguien sabe donde encontrarlo…  
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