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Autor: karlkoral

 
 
 
 

Padre e hijo

  El padre se despertó sobresaltado, no sabía que pasaba, pero algo le había despertado. Miró el despertador. Eran las tres de la madrugada. Se incorporó en la cama y escuchó en el silencio de la noche. Entonces lo oyó...Un sollozo... luego otro. Su hijo estaba llorando en su habitación. Desde la muerte de su mujer, hace ocho años, en la casa sólo vivían los dos. Sólo podía ser su hijo. Pero ya tenía 18 años y era un tiarrón, alto, fuerte, muy bien desarrollado para su edad, a lo mejor demasiado desarrollado, muy viril y deportista. Era todo un orgullo para el. Ángel había tenido a su hijo muy joven, con 20 años. Ahora tenía 38. Había una diferencia de edad pero él era todavía un hombre joven de muy buen ver. Moreno, delgado, si acaso, un poco demasiado velludo (era su opinión, no del todo cierta). Gracias a las sesiones deportivas a las que acompañaba a su hijo desde jovencito, su cuerpo estaba francamente bien formado, delgado y fibrado. El hijo lloraba desesperadamente. Adoraba a su padre. Lo quería con toda su alma, pero desde hacía tiempo se había dado cuenta que estaba totalmente enamorado de él. Al principio, sus sentimientos le parecían normales. Le quería, estaba a gusto con el, desde pequeño se bañaban juntos, su padre le enjabonaba y le acariciaba. Su padre le enseñó entre juegos a enjabonarle a él, sin malicia, un juego entre los dos, lo mismo que dormir juntos y abrazarse cuando Elio tenía miedo y dormir así… juntos. El calor de su padre y el roce de su piel lo protegía y le relajaba. Pero cuando fue creciendo, el hijo fue sintiendo algo diferente. La proximidad de su padre le excitaba y tenía que separarse de él. No quería que eso ocurriera. Pero era irremediable. La piel de su padre, el calor de su cuerpo, ese vello corporal que le envolvía con ternura cada vez le excitaba más. No podía pensar en no estar cerca de él. Volvía de la universidad o de hacer deporte o de estar con sus amigos con la ansiedad de encontrarse con su padre, besarle, acariciarle el pelo o el pecho, sentarse junto a él en el sofá viendo la televisión, el brazo de su padre sobre sus hombros y él con su cabeza apoyada en el caliente y tierno pecho de su padre , aspirando el olor de su piel. Elio se dio cuenta, al cabo del tiempo, que estaba totalmente y locamente enamorado de su padre. Y eso era impensable e imposible y eso mismo le desesperaba. Algo prohibido e inaccesible desde todo punto de vista. Tuvo algunos ataques de ansiedad cuando notaba que se excitaba con la proximidad de su padre o cuando le acariciaba con ternura los hombros, la cabeza e, incluso, con inocencia, los muslos ya viriles y fuertes. Había veces que se levantaba con rabia y se iba a su cuarto. El padre no le daba importancia al pensar que eran cosas de la edad. Pero Elio lloraba en su cuarto o en el baño con desesperación al saber que lo que estaba ocurriendo era imposible de realizarse. Ángel se levantó preocupado y fue al cuarto del hijo. Se paró en la puerta para escuchar y efectivamente su hijo estaba llorando desconsoladamente. Abrió la puerta con cuidado. El chico estaba en la cama abrazado a la almohada. Respiraba entrecortadamente y gemía desconsoladamente. El hijo se dio cuenta de que el padre había entrado en la habitación y se encogió aún más adoptando una figura fetal. El padre se acercó a su hijo: Elio, que te pasa?. El padre llamaba siempre a su hijo Elio aunque en realidad se llamaba Rogelio, en honor a su abuelo materno. A él nunca le gustó el nombre aunque respetó la decisión de su mujer, pero nunca le llamó así, siempre le llamó Elio. El hijo le contestó que nada y el padre se acercó aún más a la cama se sentó en ella y le acarició el pelo con ternura. “Elio, dime que te pasa por favor. No puedo verte llorar así sin saber que te sucede”. El padre abrazó al hijo y le puso la cabeza en su pecho para acariciarle la cabeza con delicadeza y le besó en la sien. El hijo quería deshacerse del abrazo del padre pero a la vez necesitaba su abrazo, su calor y sus besos. -No pasa nada papá- dijo el hijo- de verdad. Pero se ahogó en un gemido y volvió a llorar con amargura. -Por favor Elio, dime que te pasa no puedo verte así- dijo el padre y le besó con ternura en la frente. -No puedo decírtelo papa -¿Has hecho algo malo? -No. No es eso… -¿Entonces, que te pasa? -No puedo decírtelo… El padre lo volvió a besar y a acariciar la cabeza. Ese pelo suave, negro y ondulado. Le besó con cariño en la cabeza oliendo el aroma de su cabello. -Elio por favor, ya sabes cuánto te quiero, no puedo verte así… El hijo le cortó diciéndole: tu me quieres papá, pero yo te amo…y con un gemido acomodó la cabeza en el pecho de su padre como cuando era pequeño. Aquel pecho cálido y mullido era lo único que en ese momento le calmaba la angustia que le comía por dentro. -Es lo mismo. El hijo, dejándose acariciar le respondió - No, no es lo mismo, ni mucho menos…Desde hace tiempo se que no puedo vivir sin ti… -Yo tampoco… El hijo sorbió los mocos y se secó las lágrimas, ahora estaba más tranquilo, con el sólo contacto con su padre y las caricias que estaba recibiendo, el ánimo se fue calmando. -Cállate papá por favor…ahora que he comenzado, déjame hablar. Me he dado cuenta de que el cariño o amor que sentía por ti ha cambiado, yo no quería que pasara, de verdad, pero desde hace tiempo también pienso en ti como hombre. Te deseo, te amo… Y no podré vivir sin ti, sin poder amarte… En ese momento y con un movimiento rápido, el hijo apartó el tirante de la camiseta de su padre y dejando el pezón al descubierto se lo besó. El padre tuvo una reacción extraña pero no desagradable. Su hijo le había besado en el pecho. Nada más. El acarició otra vez su cabeza. Pero ahora el hijo le chupaba la punta del pezón con su lengua y notó una descarga que le llegó hasta los genitales. ¡¿Qué estaba pasando?!. Su hijo le acababa de decir que estaba enamorado de él. Le estaba mamando el pezón con lujuria y a el le había excitado hasta el punto de soltar un chorro de líquido preseminal. Esto no podía estar pasando. Y mientras, su hijo le mordía con lujuria el pezón… -Elio por favor, estate quieto, por favor…esto no puede ser … Dejó el pezón un momento y le preguntó -¿Por qué no?...- y Elio le mordió esa montañita oscura de sabor salado, rodeada de vello que le enloquecía. El padre quiso morir de excitación y el hijo también se excitó al darse cuenta de que le causaba tanto placer al padre. Mientras mordía un pezón pellizcaba el otro sobre la camiseta como si fuera una pequeña montañita blanca surcada por el canalé de la tela…la angustia anterior que había sentido el padre daba paso a otra sensación… Una excitación tan salvaje que ya no podría parar. -Elio por favor déjalo ya…suplicó el padre, pero se derretía de placer. El hijo levantó una mano y le tapó la boca a su padre –Papá, por favor, calla…ahora no…calla. Se incorporó y acercándose a la cara de su padre quitó la mano y le besó en los labios. Fue una caricia breve. Retiró la cara para ver la reacción de su padre… El padre se estremeció. Esos labios suaves y tan queridos. . .Cerró los ojos. El breve beso fue tan placentero que cerró los ojos y se dejó hacer…esperar a que su hijo hiciera … ¿Qué?... El hijo miró al padre y le vio tan guapo, con los ojos cerrados, y con una cara de placer que no pudo reprimir la necesidad de volver a besarle…y le besó. Acercó sus labios a los de su padre lentamente, esos labios que tanto había deseado, sintiendo un placer inexplicable, los labios de su padre junto a los suyos, cálidos, tiernos, los conocía de siempre pero nunca había experimentado la sensación de tenerlos juntos, labios contra labios…y se abrieron lentamente. El hijo lamió la rendija de los labios en la que se entreveían los blancos dientes de su padre y la lengua se abrió paso entre ellos para adentrarse en la boca y éste cedió. Poco a poco abrió la boca para llenarse de la lengua de Elio y lamérsela con tranquilidad, con placer. Las lenguas se encontraron y se acariciaron intercambiando saliva. Se lamieron y se mordieron los labios. Primero lentamente, luego apasionadamente, luego con ansia y luego la lujuria y el deseo se desenfrenó. Se lamían, se mordían, se babeaban hasta que sus labios y su cara chorreaban saliva. Gemían de pasión. El hijo mordía el cuello a su padre y éste, a la vez, le mordía el lóbulo de la oreja con saña, con fuerza. El hijo no pudo contener la tentación de buscar la herramienta que le dio la vida y metió la mano por la bragueta del pantalón del pijama de su padre para encontrarla dura, caliente y húmeda. Nunca sabría como explicar la sensación que sintió en ese momento. Aquel objeto del deseo desde hacía tiempo ahora era suyo. Duro, fuerte, varonil y suave, muy suave, una piel de seda húmeda y flexible que bajó con delicadeza para dejar expuesto el glande chorreante, rosa y perfecto que le había creado. El padre no se lo esperaba, dio un pequeño respingo y dijo- Elio…por favor…no, no sigas por ese camino. Por una parte, lo decía con sinceridad, no sabía cómo podía acabar aquello. Por otra parte, el placer le estaba desbordando y no quería parar. La excitación que le estaba proporcionando el ser que más quería del mundo era irrenunciable. Era una aberración pero tan, tan placentera, tan excitante, tan lujuriante… El hijo conocía a la perfección la tranca de su padre porque la había visto infinidad de veces desde que su padre se hizo cargo de él y le bañaba, le aseaba. Casi siempre se desnudaban en el baño para no mojarse la ropa y, desnudos los dos, se bañaban, se enjabonaban…sin ninguna maldad…y así, muchos años. Conocía físicamente la polla de su padre, hermosa, de piel oscura, sin circuncidar, de buen tamaño y rodeada de vello oscuro que subía por su vientre hasta el pecho y desde allí se extendía a las axilas formando dos pequeños bosques oscuros, húmedos y cálidos. Pero sobre todo a Elio le encantaba el vello que cubría sus piernas. Esas piernas si las había acariciado muchas veces con la disculpa de hacerle masajes, al igual que a sus pies, objetos de su devoción. Mientras se embarraban en saliva las bocas, el hijo desabrochó el pequeño botón que abría el pantalón del pijama para abrir la puerta del placer y del morbo. Bajó el prepucio y acarició el glande. Se mojó la punta de los dedos y se los llevó a la boca, se mojó los labios y se los dio a probar a su padre. Así una vez y otra haciéndose participes del mismo sabor, uniéndoles el sabor y olor paterno. Luego hizo lo mismo con su encharcado capullo. Cogió líquido con los dedos y se lo dio a probar a su padre, que lo lamió y se regocijó con un gemido. El padre estaba extasiado ante tal cúmulo de sensaciones –Elio por favor te lo pido, no sigas. Pero su voz, sus suspiros y su anhelante lengua no hacían creíble lo que decía y Elio lo sabía y le alimentaba de su jugo y su padre se relamía. El hijo se untaba los labios y compartía la humedad con los de su padre. Elio abandonó la boca del padre. Ya era hora de comer el fruto de su ser. Bajo la cabeza hacia el pene del padre, que ahora tenía una excitación incontrolada. El prepucio bajado y glande hinchado soltando jugo por su pequeña boca. El hijo sujetó los huevos con una mano apretándolos para provocar una hinchazón mayor en la tranca del padre y con la otra bajó por su tronco apretando hacia abajo la piel. El glande se hinchó y soltó otro chorro de líquido ámbar. Dejó que fluyera un poco y con la punta de la lengua lamió el pequeño agujerito del cipote que le había dado la vida. Luego, lamió el frenillo y el valle del capullo para luego meterse el glande entero en la boca. El padre gimió con fuerza –¡Por Dios!- y arqueó levemente la espalda haciendo que su tranca entrara un poco más en la boca de su hijo – Dios mío… El hijo sabía que las cartas de la baraja estaban sobre la mesa y a no ser por alguna sorpresa, que estaba seguro que no iba a suceder, la jugada estaba ganada. El sería de su padre y su padre sería suyo…para siempre. Mientras mamaba la tranca oscura, suave, deseable y venosa de su padre sonrió con amor, placer y lujuria… El padre gemía y acariciaba la cabeza de su hijo haciéndole seguir el ritmo de la mamada. El placer era sublime, pero en el subconsciente algo le decía que no debía hacer aquello…pero su hijo le estaba haciendo llegar al cielo, al que no quería renunciar, un placer nunca soñado, las manos de su hijo acariciaban con fuerza sus huevos y sus pezones. No había sentido algo así nunca, ni con su mujer…eran tan jóvenes entonces e inexpertos… cómo habría aprendido su hijo a hacer sexo de esa manera… -Elio…por favor no sigas porque me voy a correr en tu boca. El hijo dejó de mamar de la polla paterna, se aupó, beso a su padre intercambiando fluidos y le dijo al oído – Todavía no … queda mucho por hacer, pero ya me la darás más tarde. Si algo llevo tiempo deseando es que me des tu leche. El padre se sorprendió de lo que acababa de oír pero el hijo le mordió el lóbulo de la oreja y le metió la lengua en el oído. El padre volvió a gemir y a curvar su espalda de puro placer. Y se dejó llevar en manos de su hijo. Elio le quitó la camiseta al padre. Aquella camiseta vieja que usaba para dormir y que era objeto de adoración. Cuantas veces la había olido y se había acariciado con ella. Era la esencia de su padre, su olor, su sudor e incluso, alguna vez, había encontrado entre los pliegues algún vello de su pecho o de su vientre. No era una camiseta, era LA CAMISETA. La olió con pasión y la dejó en la mesilla. Luego se quitó la suya tirándola al suelo, bajó el pantalón de su padre dejándole desnudo y el hizo lo mismo dejando su tranca al aire. Una aparato magnífico, de piel oscura y orificio babeante. El hijo se subió a horcajadas sobre su padre. Sus muslos apretando las caderas. Sus huevos acariciándose, sus pollas juntas. Le miró y acercando sus labios le besó lengua con lengua, mordisco con mordisco, pene con pene. Suave, lento … Elio miró a su padre observando lo guapo que era. Su piel brillaba de sudor. Se parecían tanto. Su padre era más fibrado. El era más fuerte. Pero muy parecidos. El padre miró a su hijo. Era ya todo un hombre. Los rizos se le pegaban a la frente por el sudor, que le resbalaba por el cuello hasta el canalillo peludo del pecho. Era todo un ejemplar. Fuerte, moreno, el vello le cubría los fuertes pechos y bajaba formando un cordón por sus abdominales hasta rodear abundantemente su polla, que en este momento estaba apoteósica, grande, fuerte y muy, muy húmeda. No pudo reprimir la tentación, le bajó la piel dejando el capullo fuera, le cogió esa humedad y se la llevó a la boca. Su hijo se inclinó y le lamió los labios. Las piernas de Elio, fuertes y cubiertas de un vello oscuro se apretaban contra sus caderas. El hijo, al inclinarse para lamer los labios del padre, notó como la polla de este se deslizaba por el peritoneo hasta llegar a la entrada de su nido rosado y prieto, humedeciéndolo y provocándole un espasmo de placer. El padre también gimió de placer al notar la punta de su capullo en la entrada del orificio de su hijo. Elio se sintió dominador en ese momento, aunque lo que realmente quería era ser dominado por su padre… Pero… Las cosas eran como eran y ahora él dominaba la situación. Arqueó la espalda y llevó sus manos hacia atrás para acariciar los cojones y la polla de su padre y acercarla al orificio que boqueaba con ansiedad mojándose del maravilloso líquido que destilaba su padre por el agujerito de su maravilloso capullo. Espera un momento- le dijo a su padre. Se levantó, fue a su mesa y cogió un frasco de crema hidratante. Volvió a encaramarse a la cama y se puso en la misma postura de antes. Cogió crema y se embadurnó la entrada de su culo y masajeó el cipote de su padre. Lo hizo con suavidad, lubricando bien su tronco y su capullo. El padre agonizaba de placer. Ya no se planteaba dudas. Sólo gozaba como un animal lleno de deseo sexual. Notó como la punta de su capullo tocaba el anillo boqueante de su hijo y como Elio dirigía la operación. Gimió con lujuria al notar como la punta entraba en el maravilloso agujero. Abrió los ojos y vio a su hijo arqueado hacia atrás. Las venas de su frente y su cuello eran cordones que pedían ser mordidos, los músculos de sus brazos y su pecho se tensaban. Aquello era un espectáculo de belleza, sexo y fuerza indescriptible. Y volvió a cerrar los ojos mientras su hijo introducía su cipote en su cuerpo. Elio quería a su padre dentro de si desde hacía tiempo. Había deseado ese momento con pasión y ahora lo estaba logrando. Tenía la polla de su padre entre las manos y la dirigía dentro de el. Era la primera vez que le penetraban y el siempre quiso que fuera su padre quien tenía que desvirgarlo. Su amado padre. Y ahora lo estaba logrando. Agarró la polla de Ángel la apoyó contra su entrada y se la enculó. Poco a poco se la fue introduciendo. El padre gemía. A el le dolía pero la quería dentro y, aunque le doliera, lo haría. Se relajó. Respiró hondo. Se abrió el culo con las manos dilatando la entrada y dejando resbalar la polla de su padre poco a poco. El ano iba recibiendo su regalo. El dolor era poco comparado con el placer de sentirse poseído por el hombre que más quería en su vida. El tronco llegó al esfínter que todavía no se había dilatado. Elio paró, se relajó, abrió bien el culo y bajó hasta tenerla toda dentro, hasta notar los huevos de su padre en las nalgas. Sí, le dolía, pero se aguantaría para alojar en su interior a la polla que le creó. El padre volvió a gemir de placer al notar como su tranca entraba en el interior de su hijo. Como resbalaba hacia dentro, como abría el culo con sus manos para permitir el acceso más fácilmente. El ano se acoplaba a su polla como si fuera un guante. Y fue bajando hasta que notó los cojones de su hijo en su bosque pubital y su polla en su vientre. Entonces Elio gimió y se quedó quieto. El hijo respiró hondo, se relajó. El dolor le paralizaba. Esperó. Poco a poco se fue acomodando a su nuevo intruso. Volvió a respirar. Se inclinó hacia su padre buscando su boca y su padre se la dio, le lamió y presa del placer le mordió el labio. El hijo respondió con lujuria mordiéndole también y notó como el dolor anal iba disminuyendo. Su recto se estaba acoplando a su nuevo invitado y, mientras besaba a su padre, fue moviéndose lentamente arriba y abajo, arriba y abajo, disfrutando. ¿Cómo era posible que aquello que le había dolido tanto ahora le estaba proporcionando un placer que no había soñado ni loco que podría recibir?. Era lo más y se lo estaba regalando su auténtico amor. Su hombre. El padre gemía sin control presa del placer que estaba recibiendo. Acariciaba los muslos de su hijo, los abdominales, pellizcaba sus pezones con fuerza, le hacía bajar su cabeza hasta encontrar su boca y lamer su lengua. Ángel estaba fuera de sí y gemía con fuerza, casi gritaba. Y veía a su hijo disfrutar con lujuria de las estocadas que el mismo se estaba metiendo. El hijo no pudo más del placer que se estaba produciendo y estalló en un orgasmo bestial. Estalló y estalló, y en cada estallido un espasmo anal apretaba el falo de su padre. Aquello era algo que nunca se lo podía haber imaginado. Era lo máximo. Era el éxtasis. Entonces notó como su padre se corría dentro de el. El padre bramó, gimió, gritó de placer. Se corría dentro de su hijo después de notar como el ano se contraía cada vez que su hijo escupía un trallazo de lefa mojándole el pecho, el vientre, la cara. El hijo se dejó caer, le abrazó y le beso en los labios. El padre estaba casi inmovilizado a causa del orgasmo. Le apretaba con fuerza a la vez que su lengua buscaba la de su hijo. Fue un momento tan intenso que comenzó a temblar. Agarraba fuerte s su hijo mientras sus lenguas se lamían. Se quedaron quietos. Abrazados. Mojándose de sudor y semen. Apretados el uno al otro casi inconscientes. El padre no quería salir y el hijo no quería que saliera. Quería tenerle dentro para siempre. Elio comenzó a llorar. Ángel lo abrazó y lo besó –Mi amor, estás mal?- dijo. El hijo no respondió enseguida. Se calmó se apretó a su padre, le besó en los labios y le dijo- No… estoy en el cielo. Quédate dentro de mi para siempre. El padre se rió, le besó en la boca, le abrazó y le dijo al oído- Eso quisiera yo.  
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