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Autor: Gabonice

 
 
 
 

Pasión en la cárcel (2).

  Llegué a mi casa con un verdadero lío en la cabeza. Lo que había pasado en aquella celda me tenía descolocado. ¿Me gustó? Me negaba a aceptarlo. Pero ... ¿Volvería a ocurrir? Jamás, eso lo daba por seguro. En la cama, al acostarme y antes de quedarme dormido, muchas veces venían a mi mente aquellos sucesos. Incluso, fueron muchas veces en las que me empalmé y terminé pajeándome. En aquellos momentos me entraba el deseo de salir para la casa de Manolo, pero luego al correrme me volvía la paz y de nuevo el nunca jamás, continuaba dominando mi conducta. Pero ayer de nuevo sentí los sobresaltos, a mi puerta llamó el cartero con una carta certificada para mi. La firmé y cuando el tío se marchó de mi casa la abrí. Me estaban citando para la celebración del juicio que tenía pendiente. De nuevo volvía la letanía, ahora no me quedaría otro remedio que buscarme un abogado, explicarle el problema que tenía y nombrarlo como mi representante. Así lo hice y luego a esperar por el dichoso juicio. Llegó el día. La vista estaba señalada para las 9 de la mañana. Pero nada, en la sala en que se llevaría a efecto la sesión habían muchas más gentes. En definitiva, tendría que esperar hasta que me tocara el turno y mientras podía entretenerme presenciando los otros juicios. Pero en realidad no presencié nada, lo que escuchaba no lo retenía, mi mente estaba en mi caso. Lo único que pasaba era que cada vez me ponía más nervioso. Y así, cuando menos lo esperaba me llamaron, escuché la lectura de mi atestado por el secretario. Luego la jueza llamó a los testigos. Aquellos policías que participaron en mi loca captura. La defensa de mi abogado no pudo ser peor, nadie había mencionado el incidente en el cual dejé a mi esposa y a mi suegra en el medio de la carretera ante aquellos dos guardias civiles que me habían multado por exceso de velocidad. Cuando oí como mi abogado decía aquellas cosas, como atenuante a mi conducta, me di cuenta por la cara de severidad que ponía la jueza, que mi abogado me había hundido irremediablemente. Ahora la jueza ponía una cara de espanto, agrupaba todo lo que había hecho y finalmente dio dos martillazos en la mesa y sin dejarme abrir la boca de nuevo, dijo con firmeza: Caso cerrado, listo para sentencia. Acusado, pase a la sala de espera. Su sentencia va a ser dictada en el día de hoy. Esperé sentado en aquella salita custodiada por una pareja de policías hasta que al fin me llamaron a la sala. Acusado, póngase de pie, más que hablar ladró la jueza. Leyó un par de cuartillas y al final, con una voz de vengativa feminista dicto sentencia: 3 meses y un día de privación de libertad. Ese día de más, que parece ridículo me quitaba la posibilidad de poder acogerme a alguna condicional. Pues por ese día tenía que cumplir cárcel. En ese momento pude sentir que una señora se reía de mi, era la hija de puta de mi suegra que había venido al juicio para disfrutar de mi desgracia. Ya con mi sentencia dictada, fui conducido por los guardias hasta una camioneta, me esposaron y me llevaron ese día a una unidad de la policía. Allí pasé la noche y luego a la mañana siguiente me condujeron a la instalación penitenciaria donde cumpliría mi condena. Cuando llegué a la prisión era media mañana, los presos estaban en el patio tomando al sol y jugando al fútbol. Me dieron el uniforme y pronto me pasaron al patio. Me senté en un banco solo, estaba reflexivo y cabizbajo. Ahora empezaba a acordarme de aquella noche que pasé en la celda con Manolo y sabía que debía andar con cuidado pues esas cosas pasan muy frecuentemente en las celdas de noche. Cuando menos lo esperaba, una mano se puso en mi hombro, sentí un calor que me estremeció, pues esa mano me resultó conocida, era Manolo. No hubo ningún reproche por no haber intentado verlo, de eso no hablamos, pero en medio de aquella soledad del patio de la prisión, sentí alegría por contar con alguien conocido. Estuvimos charlando largo rato y al final se me acercó un amable funcionario de prisiones y me dijo: veo que ustedes se conocen y como ambos tienen penas cortas, lo mejor es que los ubique en la misma celda para evitarles problemas a ambos. Yo estuve a punto de saltar para decir que de ninguna manera. Pero preferí callar. Y así fue como de nuevo me encontré con aquel hombre solo en una celda. A las diez de la noche entramos en las celdas, comenzamos a prepararnos para dormir, pues pronto apagarían las luces. No hablamos ni una sola palabra. Luego cuando se hizo el silencio fue él quien habló: No sabes como me quedé esperándote, pero vez, lo que está para uno, nadie se lo quita. El mundo es un pañuelo. De inmediato yo intercedí: Por favor Manolo, lo que pasó aquella noche, nunca debió pasar. Lo mejor es olvidarlo, pensar que nunca pasó y dejar las cosas así. El Manolo que ahora habló me pareció desconocido. Me dijo que ni pensarlo, que el destino nos había de nuevo unido y que él tenía unas ganas indoblegables de volver a gozarme el culo. Estuvimos discutiendo un rato, yo negado en redondo a repetir y él, en sus trece a que no iba a dejar pasar la oportunidad. Empezó a acariciarme el pecho y yo de inmediato lo rechacé, de nada me valió, pues él continuó tratando de acariciarme, mientras yo trataba de disuadirlo. Con fuerza me abrazó, nuestras bocas estaban muy cercas y él comenzó a besarme mientras yo cerraba mi boca con fuerza. Pero él era un hombre mucho más fuerte que yo y en una pelea con él, yo tenía las de perder, pero a pesar de eso continué mi rebelión. Me despojó de la camisa y de mis pantalones, y mientras yo continuaba en mi postura, él estaba como un tren. El ruido de la celda atrajo la atención del vigilante nocturno y en medio de nuestro forcejeo el tío entró en la celda. Yo pensé que eso sería mi salvación, pero pronto me di cuenta que estaba perdido, pues lejos de defenderme comenzó a inmovilizarme, allanándole el camino a Manolo. Ahora las cosas se me habían puesto malas. Manolo estaba presentándole su tremenda polla a mi culo, mientras que el guardia me sujetaba para facilitarle el trabajo. Con un poco de saliva sentí como me lubricaba el culo y con fuerza fue entrando su polla en mi culo. Cuando aquel trozo de carne estaba dentro de mi, el vigilante acariciaba mi cabeza mientras Manolo de forma frenética comenzó a follarme sin clemencia. Mientras sus bestiales embestidas me estremecían, él solo repetía que eso me lo merecía por haberlo hecho esperar tanto. El calor de la celda nos hacía sudar copiosamente. Ya no hacía falta que el vigilante me sujetara, me estaba dejando follar sin rechistar y eso lo aprovechó el vigilante para poner su polla empalmada en mi boca para que se la chupara. Comencé a mamar como un bendito hasta que sentí los espasmos de los músculos de Manolo que se estremecían en señal del placer de estar corriéndose mientras sus fuertes manos apretaban mi cintura. Yo estaba empalmado a más no poder y cuando Manolo terminó, de inmediato el vigilante entro su polla en mi culo y me folló sin ninguna compasión. Mientras Manolo me acariciaba y yo me aguantaba a sus brazos buscando protección. Finalmente el otro se corrió y se fue de la celda. Mientras yo me metí en la cama de Manolo y allí abrazado a él me quedé dormido hasta que al amanecer el vigilante nos fue despertando a todos para llevarnos al comedor a desayunar. Manolo y yo desayunamos en la misma mesa, no nos intercambiamos una sola palabra. Luego salimos al patio, yo me retiré a un banco, pero al los pocos minutos él me vino a buscar para que participara en un partido de fútbol que íbamos a tener contra la otra galera. La pasé bien en el partido, Manolo metió un gol y cuando lo estaba celebrando yo lo abracé y él me dio un beso dejante de los otros reclusos. Luego el día siguió con las mismas monotonías. El baño me tenía preocupado, pues las noticias en la cárcel se corren como pólvora y varios tíos se interesaron en mi en las duchas, pero Manolo los paró en seco y me dejaron en paz. Así llegó la segunda noche. En el día estaba meditando bien mi situación. Oponerme a follar con Manolo solo me traería ser follado también por otros. Y además, tenía que reconocer que a mi él me gustaba. Luego esa noche le iba a dar una agradable sorpresa. Cuando entramos en la celda a las diez de la noche no hablamos nada, cuando apagaron las luces, antes que él actuara me senté en su cama y comencé a acariciar su pecho velludo. En la oscuridad podía notar su sonrisa de satisfacción. Nos acostamos los dos desnudos en la misma cama, hoy en la celda reinaba el silencio. Nuestros cuerpos estaban juntos, nuestras manos desesperadas acariciaban la piel del otro y pronto nuestras bocas comenzaron a besarse con una pasión y desespero, como si solo hubiera un día para amar. Su lengua entraba golosa en mi boca y yo saboreaba su agradable saliva con sabor a macho. Aquel beso apasionante me dejó casi extenuado, pero cuando concluyó, su boca empezó a saborear mi cuello, mi cuerpo empezó a temblar de pasión mientras yo me abrazaba a él. Pero su boca no se detuvo y continuó saboreando la piel de mi pecho, mis tetillas fueron blanco de una mamada que empezó a enloquecerme. En ese momento empecé a desesperarme y empecé a pedirle que me penetrara, que no esperara más, que quería sentirlo dentro de mi. Manolo me puso boca a bajo y comenzó a darme una mamada de culo enloquecedora, su dura barba del día me arañaba y eso hacía que me estremeciera más de pasión. Cuando dejó de mamarme el culo, la cabeza de su polla comenzó a jugar con mi esfínter y de pronto con un fuerte impulso de su cadera, ayudado por sus fuertes manos sujetando mi cintura, hizo que su polla entrara triunfal en mi culo. Yo solté un grito de dolor que él detuvo tapándome la boca y diciéndome: no hagas exclamaciones. Yo traté de tragarme la lengua mientras él comenzó a follarme con un ritmo enloquecedor. Yo estaba debajo de él y boca abajo, su pecho velludo y sudado se pegaba a mi espalda de una forma que me enloquecía y mientras su polla gozaba mi culo con su boca me mordisqueaba la nuca y mi cabeza de forma que me estaba erizando todo el cuerpo y sintiéndome en la gloria. Pronto me percaté que estaba al borde de correrme y se lo dije, que me estaba sacando la leche, que no podía aguantarla más. Manolo no hizo nada porque yo pudiera aguantar la leche, más bien aceleró su ritmo de forma que no pude contenerme. Me corrí de forma salvaje, solté leche como un caballo y a cada uno de los chorros que lanzaba mi culo apretaba a su polla de forma que pronto él también comenzó a eyacular. Sentí como su leche caliente entraba en mis entrañas mientras sus músculos se contraían, él exclamaba el placer que sentía e incluso sentí como una de sus fuertes manos me azotaba con un par de fuertes nalgadas. Luego de corrernos de esa forma tan apasionada, sin sacarme la polla nos quedamos profundamente dormidos. Cuando habían pasado un par de horas me desperté porque sentí que su polla de nuevo estaba dura como un palo y comenzaba a empalmarse. Y de nuevo mi culo sufrió las embestida de aquel macho insaciable. Fue esta la primera vez que gocé desde el primer momento que él me follara. Ahora desde el primer momento comencé a sentir placer y comencé a juguetear con su polla dentro de mi culo. Con toda mis fuerzas trataba de apretar mi culo para que su polla lo sintiera y él comenzó a follarme de una forma nueva. Metía su polla hasta la base en mi culo y luego la sacaba totalmente y de nuevo la volvía a entrar completa. Aquello empezó a estremecerme completamente. En ocasiones la polla no encontraba el camino y presionaba entre mis nalgas con fuerza buscando la entrada y entonces cuando encontraba el camino entraba de una forma tan súbita que sentía como un latigazo que me aterraba. Cada vez que me la sacaba yo sabía que volvía de nuevo, pero cuando sentía que no encontraba mi agujero me acojonaba, porque sabía que cuando lo encontrara iba entrar como un disparo. Cada vez que me la sacaba yo trataba de relajar mi culo de forma que le permitiera entrar fácilmente y así no sentir el castigo del latigazo. Pero pronto empecé a enloquecer, estaba al borde de correrme, perdí el control de relajarme para facilitarle la labor y al contrario con mi corrida lo que hacía que mi culo se cerrara con fuerza mientras su polla enloquecida entraba con más fuerza y de nuevo explotaba dentro de mi con su leche caliente. Esa noche Manolo se corrió tres veces dentro de mi. Yo estaba asombrado de la cantidad de leche que soltaban sus huevos y al final de aquella noche de sexo, abrazados conversamos sobre aquella virilidad que él tenía. Esa noche me enteré de algo que me aterraría. Manolo me explicó que él cuando era un chaval había tenido algo así como una enfermedad hormonal. Era lo que él llamaba tener las hormonas revueltas, que por eso sus huevos producían tanta leche, de forma que en cada sesión de sexo él se corría siempre por lo menos tres veces. Que se pasaba todo el día con deseos de follar y que casi inmediatamente después de correrse su polla de nuevo se empalmaba. Que incluso en muchas ocasiones se le mantenía dura entre una corrida y otra. Que eso, lejos de ser una ventaja le había creado problemas, pues ese apetito sexual insaciable le había traído serios problemas en su matrimonio. Yo pensé con lujuria para mis adentros: Nada, con tremendo semental me voy a pasar estos tres meses.  
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