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Autor: Gabonice

 
 
 
 

Fue él quien se puso en mi escalera.

  Es domingo, son cerca de las 8 de la noche, estoy cansado hasta los cojones, empecé a trabajar desde temprano y como desde hace un par de horas nadie entra en mi bar, me dispongo a dejar las cosas en orden para marcha a casa. Como ya me he decidido y para evitar que venga alguien a última hora y por un café me de la lata, cierro la puerta de entrada y me dedico a mi labor tranquilamente. Ya tengo todas las cosas listas, solo me falta subir las dos pizarras que tengo en la acera para invitar a los clientes a subir al centro y tirar la basura. Primero voy a tirar la basura y en de regreso me traigo las dichosas pizarras, que a esta hora con el cansancio que tengo deben estar más pesadas que nunca. Toda la basura del día me cabe en una sola bolsa grande, pero que está bastante pesada. Voy bajando las escaleras y cuando estoy casi en su final me encuentro a un tío sentado en uno de sus escalones. De verdad que a esta hora estoy tan cansado que nada que no sea divino podría captar mi atención. Y lo que estaba sentado en ese peldaño de la escalera era para estar en el cielo. Era un tío robusto, pero de una fortaleza natural, no tenía esos músculos plásticos que da el gimnasio, sino esa fortaleza masculina que solo da al hombre el trabajo. Para colmo el tío tiene puesto uno de esos pantalones cortos que le permite lucir unas hermosas y velludas piernas de futbolista, de esas que me encantaría darle lengua por cada uno de sus poros. Me deja el tío tan anonadado, que cuando paso por su lado, a pesar de que traté por todos los medios de no molestarlo, le di en el hombro con la bolsa de la basura. Me deshice en disculpas, él insistía en que el culpable había sido él, por estar sentado en un lugar impropio. En mis disculpas, la mano que me queda libre se la pongo en el hombro y se lo acaricio, a modo de desagravio, claro está. Pero de paso puedo disfrutar del roce de mi mano con uno de sus hombre y como por arte de magia, a pesar de mi cansancio, la polla se me empalmó de golpe. Bueno, por fin continué con mi tarea, tiré la bolsa con la basura y a mi retorno venía con las dos pizarras. Cuando subí por las escaleras el tío ya no estaba, pero cuando sobrepasé el descanso, por Dios, el tío había subido más, estaba llamando por teléfono a alguien y esto me permitió de nuevo recrear mi vista disfrutando mejor de aquel hombre que por segunda vez me lo encontraba en el camino. De verdad que me estaba enloqueciendo, pero de verdad que poder hacer algo con este tío carecía de perspectiva, pues se veía muy masculino y no me iba a atrever a insinuarle nada a una persona así. Entré de nuevo en el Centro, cerré la puerta y terminé en media hora de arreglar todas las cosas. Ya se me había quitado de la cabeza el tío, de seguro que cuando saliera del Centro ya no estaría allí y lo más probable era que más nunca supiera de él. Pero eso no fue así, cerré la puerta del Centro y el tío seguía allí. Revisé la puerta de la Piscina Municipal y ya se habían marchado, luego me tocaba dejar cerrada la puerta de abajo y no me quedó más remedio que explicarle que tenía que cerrar y que o salía ahora de la escalera o tendría que salir mañana, porque iba a cerrar la puerta con llave. El se sonrió y por segunda vez escuché su voz, cuando me dijo: Parece que me estás echando. Yo le contesté que de ninguna manera lo echaba, que si quería le brindaba un café, pero que esa puerta la tenía que cerrar el último que se marchara del sitio: nosotros o los de la piscina. El sonrió y ahí estuvimos conversando unos momentos. Yo le expliqué las características del centro y él se dio cuenta que no era de aquí por mi acento. Supe que era de Madrid, que de allí se había marchado cuando tenía 18 años y que ahora tenía 38 y que estaba tratando de establecerse a vivir en Gijón. Ahí le expliqué que de momento no tenía trabajo para él, pues había abierto el sitio recientemente, pero que estuviera al tanto pues muy probablemente necesitaría contratar a alguien pronto. Ahí supe que se llamaba Miguel y él, que mi nombre era Carlos. Cuando ya estaba a punto de marcharse me preguntó si conocía algún sitio al que pudiera pasar al baño y yo, ni presto ni perezoso me ofrecí a abrir de nuevo el centro y permitirle que utilizara los baños de la instalación. Le indiqué el lugar y al pasar unos instantes yo entré también en el baño, para decirle que no descargara el urinario, pues para mi era mejor estar seguro de que no se estaba perdiendo agua. Cuando entré en el baño diciéndole eso, no pude controlar mi vista. Miguel estaba orinando un potente chorro de orine, pero aquella polla era extremadamente hermosa. Era de esos miembros que al solo verlos la boca se te llena de saliva y te entran deseos enormes de tenerla dentro tu boca. Mi vista se quedó fija en su polla y él se quedó con su polla en su mano, se daba cuenta que se la estaba mirando y no desperdiciaba la oportunidad para continuar mostrándomela, por lo que no era necesario más palabras, acerqué una de mis manos a su polla y la sustituí por la suya. Mientras me dedicaba a acariciar su hermosa polla mi otra mano le acariciaba su muslo y poco poco me fui acercando hasta tener sus huevos en mi otra mano. Aquellos huevos eran hermosos, eran grande, prometían almacenar una buena cantidad de leche. Mi mano abandonó su polla para que mi lengua pudiera lamer su cabeza y mientras lamía las primeras gotas que salían de su polla, desabroché el botón de su pantalón y que fue cayendo hasta sus rodillas mientras yo ahora podía admirar el resto de su tronco que lo tenía duro como un palo. Ese aparato estaba pidiendo guerra. No le empecé a mamar la cabeza de la polla, solo pasé muy suavemente mi lengua por su glande y fui chupándole el tronco hasta llegar a los vellos de su base. Mi lengua acariciaba toda la base de su polla, mi abundante saliva le iba mojando los huevos y pronto no pude más y comencé a mamarle con lujuria sus deliciosos huevos peludos. El placer que sentía Miguel lo reflejaba con plenitud en la sonrisa de su rostro. Los músculos de su abdomen se contraían con intensidad, sus piernas temblaban ligeramente cada vez que la cabeza de su polla recibía las caricias de mi lengua. Le mamé los huevos por un buen rato hasta que me decidí a mamarle le cabeza de su polla que se babeaba abundantemente. Lo dejé disfrutar unos segundo y luego paré y lo invité a ir a un lugar donde estuviéramos más cómodos. El sitio tenía un sofá y de verdad que Miguel merecía una mamada que entrara en la Historia. Ahora en el sofá lo dejé totalmente desnudo, mis manos se dieron el gusto de acariciar su hermoso pecho velludo, y luego fue mi lengua la que no dejó de lamer uno solo de los vellos de su pecho. Especial deleite sentí cuando mi lengua se introdujo en su ombligo. Aquel macho hacía que de mi boca brotara constantemente saliva que lo iba mojando por donde quiera que pasara mi lengua. Cada vez su rostro reflejaba más placer, colocó sus brazos hacia arriba de sus hombros, sus fuertes manos hacían de almohada a su cabeza, de esta forma adoptaba la posición de mamado y dejaba su cuerpo a mi disfrute. Una y otra vez con mi lengua no dejé de lamerle ni un milímetro de su pecho, sus tetillas se pusieron duras cuando mi legua las acariciaba y mientras mis manos no dejaban de sobarle los huevos. Luego mi boca empezó de nuevo a bajar y por fin estaba de nuevo lamiéndole los vellos que rodean la base de su polla, las venas de su polla engordaban salvejemente, parecía que estaban al borde de explotar y constantemente su polla se babeaba más y más. Aproveché que su cabeza estaba mojada de sus abundantes líquidos y con mi lengua los lamí, le di una profunda chupada a la cabeza de su polla, una exclamación de placer saltó de sus labios y me fui a deleitarme con sus huevos y a continuar desesperándolo. Le mamé los huevos con gran pasión y dejando fluir de mi boca abundante saliva que le corría y mojaba abundantemente la raja de su culo. Y cuando tenía su culo lleno de mi saliva, suave y delicadamente el dedo índice de mi mano derecha le acarició su ano mojado. Los músculos de su vientre se pusieron tensos, hizo intentos como de no querer, pero mi chupada de los huevos por un lado y la pajeada que le estaba dando a su polla lubricada con mi saliva le daba tanto placer que dejó que yo continuara con las caricias a su ano. Mi dedo continuó acariciando su ano mojado con suaves movimientos circulares que poco a poco iban venciendo la resistencia de su esfínter, un culo virgen cerrado y duro, pero poco a poco permitía que mi dedo insistente entrara cada vez más, hasta que pude acariciar su próstata, mientras Miguel ponía los ojos en blanco. Y ahora continué mamándole alternativamente la polla y sus huevos, mientras mi dejo le daba un masaje prostático que lo estaba enloqueciendo. Yo veía como se contraían todos los musculos de su cuerpo. Sus brazos, su abdomen y sus piernas se contraían mientras que él se retorcía de placer. Cada vez que mi boca abandonaba su polla y me iba a chuparle los huevos mi otra mano le pajeaba su polla ensalivada. Así lo estuve estimulando hasta que empecé a sentir los rugidos de su polla, estaba al borde de correrse y en ese momento dejé de pajearlo pero continué chupándole los huevos y dándole el masaje prostático. Su placer continuó aumentando, me pedía que lo pajear, pero yo quería que se corriera solo con mi mamada de huevos y con mi masaje prostático. Y pronto comenzó a soltar abundantes chorros de leche caliente. Sentí como su leche me mojaba la cara y cuando ya había soltado casi toda su leche me metí la cabeza de su polla en mi boca y comencé a chupársela. Miguel se retorcía de placer, me pedía que no siguiera mamándolo, que no podía aguantar más. Pero yo continuaba imperturbable y seguía mamándole su polla que continuaba estremeciéndose y soltando hasta la última gota de leche que tenían sus huevos. Con mis brazos me agarraba fuertemente a su cintura para que no se me pudiera escapar de mi boca y tuviera que soportar la mamada con valentía hasta que a mi me saliera de los cojones. Cuando le solté su polla, ya comenzaba a perder dureza y su cuerpo se veía extenuado de tanto placer. Solo me dijo, me has descojonado y se quedó muy tranquilo. Yo continué acariciándole su pecho y él en unos instantes se quedó dormido. Dejé que durmiera plácidamente, mis manos acariciaban su cuerpo mientras dormía y yo pensaba la suerte que había tenido al encontrarme a este hombre que El Señor lo puso en mi camino, mejor dicho, fue él quien se puso en mi escalera.  
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